Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA-INIA)
El Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), es la mayor instalación de alta seguridad biológica en España, fue elegida durante 2001-2003 para analizar muestras susceptibles de bioterrorismo (ántrax).
Las instalaciones de alta seguridad biológica pertenecen casi al ámbito de lo irreal. Sabemos de su existencia por los documentales, y las actividades que desarrollan han sido el eje de más de un guión cinematográfico. Pero son reales, existen, y algunos están próximos a nuestro lugar de residencia o de trabajo. En Valdeolmos, a 40 kilómetros de Madrid, se encuentra el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), que es la mayor instalación de Alta Seguridad Biológica de España, y es centro de referencia para la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en materia de bioseguridad.
El CISA es una instalación de 10.824 metros cuadrados, ubicada en mitad del campo, en la que sus 40 laboratorios están destinados a la investigación de agentes infecciosos que afectan a los animales (peste porcina, fiebre aftosa, viruela ovina y caprina), aunque algunos pueden llegar a infectar a los humanos, como las encefalopatías espongiformes transmisibles (enfermedad de las “vacas locas”) o la gripe aviar.
Con estas premisas, resulta inquietante la idea de visitar el CISA, inquietud que aumenta cuando los responsables de la instalación informan, por escrito, al visitante de todos los requisitos que debe cumplir antes de acceder a la zona de alta contención biológica (NCB3), y cuya aceptación debe quedar firmada. Toda la seguridad es poca porque “trabajamos con patógenos que afectan al medio ambiente, a la fauna y a la flora. Es como una bomba que hay que controlar con medidas de biocontención”, subraya Gonzalo Pascual, jefe del Servicio de Ingeniería de Biocontención y Gestión Técnica del CISA.
Sin Fisuras
Toda la actividad del centro debe garantizar la bioseguridad: nada ni nadie puede entrar sin control, y menos puede salir sin una meticulosa descontaminación. Todas las entradas y salidas de la zona de alta seguridad quedan registradas, de forma que “si se produjera en algún punto, del interior o del exterior, un foco infeccioso, inmediatamente podemos identificar quien o qué ha sido el transmisor del agente causante de la infección”, apunta Pascual.
Las instalaciones de alta seguridad biológica pertenecen casi al ámbito de lo irreal. Sabemos de su existencia por los documentales, y las actividades que desarrollan han sido el eje de más de un guión cinematográfico. Pero son reales, existen, y algunos están próximos a nuestro lugar de residencia o de trabajo. En Valdeolmos, a 40 kilómetros de Madrid, se encuentra el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), que es la mayor instalación de Alta Seguridad Biológica de España, y es centro de referencia para la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en materia de bioseguridad.
El CISA es una instalación de 10.824 metros cuadrados, ubicada en mitad del campo, en la que sus 40 laboratorios están destinados a la investigación de agentes infecciosos que afectan a los animales (peste porcina, fiebre aftosa, viruela ovina y caprina), aunque algunos pueden llegar a infectar a los humanos, como las encefalopatías espongiformes transmisibles (enfermedad de las “vacas locas”) o la gripe aviar.
Con estas premisas, resulta inquietante la idea de visitar el CISA, inquietud que aumenta cuando los responsables de la instalación informan, por escrito, al visitante de todos los requisitos que debe cumplir antes de acceder a la zona de alta contención biológica (NCB3), y cuya aceptación debe quedar firmada. Toda la seguridad es poca porque “trabajamos con patógenos que afectan al medio ambiente, a la fauna y a la flora. Es como una bomba que hay que controlar con medidas de biocontención”, subraya Gonzalo Pascual, jefe del Servicio de Ingeniería de Biocontención y Gestión Técnica del CISA.
Sin Fisuras
Toda la actividad del centro debe garantizar la bioseguridad: nada ni nadie puede entrar sin control, y menos puede salir sin una meticulosa descontaminación. Todas las entradas y salidas de la zona de alta seguridad quedan registradas, de forma que “si se produjera en algún punto, del interior o del exterior, un foco infeccioso, inmediatamente podemos identificar quien o qué ha sido el transmisor del agente causante de la infección”, apunta Pascual.
“La propagación de algún patógeno hacia el exterior puede provocar epidemias en los animales, cuyas con consecuencias económicas pueden ser enormes. Y en el interior, el paso de un laboratorio a otro implica un riesgo de contaminación y de pérdida de líneas de investigación”.
Para acceder al área de Alta Seguridad Biológica lo primero es dejar toda la ropa y los objetos personales en los vestuarios, incluso las lentillas, donde visitantes y trabajadores reciben ropa (también interior) y calzado perfectamente descontaminados. Este primer paso impresiona al visitante, que ni siquiera puede aliviar la sequedad de su garganta con un trago de agua del grifo: “Dentro podrá beber”, advierte Palmira, responsable del equipo de limpieza.
Después de traspasar dos puertas (se accede a la segunda cuando la primera está cerrada), el Área de Seguridad es como una pequeña ciudad: cafetería, lencería, áreas de limpieza, de máquinas, laboratorios, desinfección, animalario… Los “transeúntes” vestidos de diferentes colores, según su cometido: blanco para investigadores y visitantes; amarillo para el servicio técnico, naranja para los empleados de seguridad biológica, burdeos para el de tratamiento de residuos, medioambiente y prevención de riesgos laborales; verde para los trabajadores de animalarios (la zona más crítica) y azul el personal de limpieza, vidrios y cocina.
Todo está escrupulosamente limpio, lo que se ve y lo que no (el aire que entra del exterior pasa por unos filtros que minimizan la entrada de contaminantes). Incluso la presión atmosférica (negativa), está más próxima a la que existe en las montañas que en las ciudades. “La limpieza es muy importante para hacer las descontaminaciones”, advierte Gonzalo Pascual, que durante toda la visita a la instalación no para de comprobar presiones de gomas de ajuste de las puertas, manivelas, aireación de salas sometidas a descontaminación, de grietas en el suelo, porque “cualquier desperfecto puede ser un foco de contaminación”. Y todo está previsto ante la eventualidad de un escape biológico accidental, hasta las mascarillas, trajes y guantes para el personal presente en la instalación.
Las ventanas, fijas y con cristales antibala, aligeran la estructura de hormigón y evitan la sensación de claustrofobia que puede provocar el sentirse dentro de una estructura tan hermética.
Si entrar en el edificio es estricto la salida lo es aún más. Igual para trabajadores que para visitantes: es obligatorio el paso por las duchas, con material desinfectante, incluso para las gafas, y el lavado de vías respiratorias. Si algún objeto ha permanecido dentro del área de seguridad (incluso cámaras fotográficas) deberán someterse durante tres días a un proceso de descontaminación. Todo desvelo es poco, y eso lo sabe Gonzalo Pascual: “El tiempo marca si la instalación es segura, si está bien conceptuada y si se trabaja bien cuando no hay ni contaminaciones cruzadas ni escape al exterior”, accidentes que no han sucedido en los trece años de actividad del CISA, y que “sí han ocurrido en otros centros de Estados Unidos o Reino Unido”.
Modelo para imitar
El Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA) es uno de lo pocos que existen en nuestro país en el que todos sus laboratorios son de alta seguridad, y es uno de los más grandes de Europa, hasta el punto de que es un Centro Mundial de Referencia para la Oficina Internacional de Epizootías (epidemias animales) y un centro de referencia en la Unión Europea. En estas instalaciones, que funcionan desde hace trece años, se estudian aspectos moleculares y se diseñan nuevas vacunas para las principales enfermedades que afectan a vacas, ovejas, cerdos y caballos.
Por ello, el personal que visita el CISA tiene que firmar un compromiso de que no va a visitar otras instalaciones, granjas o incluso circos donde estén presentes estos animales, ya que podría desencadenarse alguna epidemia animal. Con todo, no es la única instalación de seguridad que hay en España, y Gonzalo Pascual apunta el Centro de Investigación Animal de Barcelona, el Laboratorio Neiker, en el País Vasco, y el de la Universidad de León.
“Este tipo de instalaciones están proliferando, pero hay que tener en cuenta que se debe ser muy exigente en su construcción para evitar cualquier accidente de contaminación ambiental. No hay que dejarse llevar por intereses políticos”, insiste Pascual.
Medidas escrupulosas
Los cuarenta laboratorios del CISA están destinados a la investigación de agentes infecciosos (peste porcina, fiebre aftosa, viruela ovina) , aunque algunos pueden infectar a los humanos (vacas locas y gripe aviar).
Toda la actividad del centro debe garantizar la bioseguridad: nada ni nadie puede entrar sin control y menos puede salir sin una meticulosa descontaminación.
Si se produjera en el interior o en el exterior un foco infeccioso, es posible identificar quien o qué es el transmisor del agente que causa la infección.
La propagación de algún patógenos hacia el exterior puede provocar epidemias en los animales cuyas consecuencias económicas pueden ser enormes.
Todo está escrupulosamente limpio, lo que se ve y lo que no. Incluso la presión atmosférica (negativa) está más próxima a la que existe en las montañas que en las ciudades. La salida del centro no puede hacerse sin el paso por las duchas con material desinfectante.
Para acceder al área de Alta Seguridad Biológica lo primero es dejar toda la ropa y los objetos personales en los vestuarios, incluso las lentillas, donde visitantes y trabajadores reciben ropa (también interior) y calzado perfectamente descontaminados. Este primer paso impresiona al visitante, que ni siquiera puede aliviar la sequedad de su garganta con un trago de agua del grifo: “Dentro podrá beber”, advierte Palmira, responsable del equipo de limpieza.
Después de traspasar dos puertas (se accede a la segunda cuando la primera está cerrada), el Área de Seguridad es como una pequeña ciudad: cafetería, lencería, áreas de limpieza, de máquinas, laboratorios, desinfección, animalario… Los “transeúntes” vestidos de diferentes colores, según su cometido: blanco para investigadores y visitantes; amarillo para el servicio técnico, naranja para los empleados de seguridad biológica, burdeos para el de tratamiento de residuos, medioambiente y prevención de riesgos laborales; verde para los trabajadores de animalarios (la zona más crítica) y azul el personal de limpieza, vidrios y cocina.
Todo está escrupulosamente limpio, lo que se ve y lo que no (el aire que entra del exterior pasa por unos filtros que minimizan la entrada de contaminantes). Incluso la presión atmosférica (negativa), está más próxima a la que existe en las montañas que en las ciudades. “La limpieza es muy importante para hacer las descontaminaciones”, advierte Gonzalo Pascual, que durante toda la visita a la instalación no para de comprobar presiones de gomas de ajuste de las puertas, manivelas, aireación de salas sometidas a descontaminación, de grietas en el suelo, porque “cualquier desperfecto puede ser un foco de contaminación”. Y todo está previsto ante la eventualidad de un escape biológico accidental, hasta las mascarillas, trajes y guantes para el personal presente en la instalación.
Las ventanas, fijas y con cristales antibala, aligeran la estructura de hormigón y evitan la sensación de claustrofobia que puede provocar el sentirse dentro de una estructura tan hermética.
Si entrar en el edificio es estricto la salida lo es aún más. Igual para trabajadores que para visitantes: es obligatorio el paso por las duchas, con material desinfectante, incluso para las gafas, y el lavado de vías respiratorias. Si algún objeto ha permanecido dentro del área de seguridad (incluso cámaras fotográficas) deberán someterse durante tres días a un proceso de descontaminación. Todo desvelo es poco, y eso lo sabe Gonzalo Pascual: “El tiempo marca si la instalación es segura, si está bien conceptuada y si se trabaja bien cuando no hay ni contaminaciones cruzadas ni escape al exterior”, accidentes que no han sucedido en los trece años de actividad del CISA, y que “sí han ocurrido en otros centros de Estados Unidos o Reino Unido”.
Modelo para imitar
El Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA) es uno de lo pocos que existen en nuestro país en el que todos sus laboratorios son de alta seguridad, y es uno de los más grandes de Europa, hasta el punto de que es un Centro Mundial de Referencia para la Oficina Internacional de Epizootías (epidemias animales) y un centro de referencia en la Unión Europea. En estas instalaciones, que funcionan desde hace trece años, se estudian aspectos moleculares y se diseñan nuevas vacunas para las principales enfermedades que afectan a vacas, ovejas, cerdos y caballos.
Por ello, el personal que visita el CISA tiene que firmar un compromiso de que no va a visitar otras instalaciones, granjas o incluso circos donde estén presentes estos animales, ya que podría desencadenarse alguna epidemia animal. Con todo, no es la única instalación de seguridad que hay en España, y Gonzalo Pascual apunta el Centro de Investigación Animal de Barcelona, el Laboratorio Neiker, en el País Vasco, y el de la Universidad de León.
“Este tipo de instalaciones están proliferando, pero hay que tener en cuenta que se debe ser muy exigente en su construcción para evitar cualquier accidente de contaminación ambiental. No hay que dejarse llevar por intereses políticos”, insiste Pascual.
Medidas escrupulosas
Los cuarenta laboratorios del CISA están destinados a la investigación de agentes infecciosos (peste porcina, fiebre aftosa, viruela ovina) , aunque algunos pueden infectar a los humanos (vacas locas y gripe aviar).
Toda la actividad del centro debe garantizar la bioseguridad: nada ni nadie puede entrar sin control y menos puede salir sin una meticulosa descontaminación.
Si se produjera en el interior o en el exterior un foco infeccioso, es posible identificar quien o qué es el transmisor del agente que causa la infección.
La propagación de algún patógenos hacia el exterior puede provocar epidemias en los animales cuyas consecuencias económicas pueden ser enormes.
Todo está escrupulosamente limpio, lo que se ve y lo que no. Incluso la presión atmosférica (negativa) está más próxima a la que existe en las montañas que en las ciudades. La salida del centro no puede hacerse sin el paso por las duchas con material desinfectante.
Fuente: Diario Expansión. (Edición: 3 Febrero 2005)