Igual que en aquellos sueños reveladores de la Biblia, me gustaría que vieran en una pesadilla cómo vivirían en el Al-Ándalus con el que sueñan y sufrieran la quema de los libros, la prohibición de Internet, la censura de los periódicos, la humillación de las mujeres y la persecución. Un nuevo islamismo que amenaza a Europacución de la disidencia.
Los sucesos acaecidos en la Mezquita de Córdoba, donde este Jueves Santo más de un centenar de jóvenes musulmanes provocaba graves incidentes, revisten una gravedad mayor de lo que algunos puedan suponer. Los alborotadores, de nacionalidad austriaca -es decir, europea-, se condujeron con una violencia y organización que deja patente la peligrosidad de este tipo de grupos. Por fortuna, no hubo que lamentar desgracias personales, aunque dos de los vigilantes de seguridad resultaron heridos. Ello demuestra no sólo su talante, sino también su determinación; no en vano, el altercado se produjo en plena Semana Santa.
EURABIA
No hace mucho,
Gadafi dijo que ya no hacían falta suicidas; bastaba con dejar actuar a los 50 millones de musulmanes que vivían en Europa para hacerse con todo el continente. Hacerse con Europa, he ahí el verdadero peligro.
Si bien el proselitismo suele ser seña común de las religiones monoteístas, cierto sector del Islam ha acabado por aceptar como natural que dicho proselitismo pasa indefectiblemente no sólo por instaurar la fe coránica, sino por laminar el resto de creencias. Ello supondría tanto como volver al medievalismo que rige en aquellos países donde el Islam es religión mayoritaria y donde —como en Arabia Saudita- cualquier signo o manifestación religiosa no musulmana es reprimida duramente por la policía “religiosa”.
No se recuerda a ningún grupo de judíos tomando al asalto la sinagoga del Tránsito, en Toledo, donde se han producido sin problemas y con frecuencia servicios hebreos porque la reciprocidad es un hecho. Tampoco a cristianos haciendo lo propio con el Cenáculo, donde Cristo celebró la Última Cena, y hoy en manos árabes. De haberlo hecho, sus respectivas autoridades lo habrían desaprobado. Eso es lo que a día de hoy aún no ha sucedido, y lo que refleja bien a las claras un aspecto básico del problema: para que el Islam abandone de una vez por todas su vertiente violenta y acepte convivir en paz con el resto de confesiones, han de ser los propios musulmanes quienes den el primer paso. Y ello sólo se conseguirá abogando e introduciendo tolerancia y reciprocidad en los países musulmanes y, entretanto, condenando sin paliativos actos como el de la mezquita de Córdoba, en lugar de optar por un silencio tan cómplice como revelador.
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