No conocía esta historia.
Interesante.
SERVICIO SECRETOA día de hoy, su existencia sigue siendo una incógnita
Francisco Molins, vivo o muerto
El pasaporte que las autoridades consulares anularon tras su desaparición. FERNANDO MÚGICA
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El agente secreto en Liberia que lleva 25 años desaparecido en ÁfricaFue visto después de 'muerto'. Su cuerpo nunca aparecióEn Exteriores aún hay quien sospecha que sigue escondidoDezcallar, ex jefe del CNI, habla de él en su próximo libro
JUAN CARLOS DE LA CAL
LUCAS DE LA CAL
@Lucasdelacal
ACTUALIZADO 27/09/201504:45Nos dicen que el caso de Francisco Javier Molins Artola sigue abierto 25 años después de su desaparición.- Sí, es un tema muy delicado. Lo fue en los años 90 y lo es ahora. Yo he visto el informe oficial y... es complicado. No nos dejan decir nada, es un asunto confidencial.- ¿Está vivo? Sólo dígame sí o no.- Puede que sí.Esta es la conversación que el periodista tuvo con una persona que se identificó únicamente como un trabajador del Ministerio de Exteriores. No quiso dar su nombre, pero sí saber que información teníamos sobre Molins. Nosotros también queríamos saber que fue de aquel hombre -agente del Batallón Vasco Español durante la guerra sucia contra ETA- que desapareció extrañamente en la embajada española de Liberia el 17 de septiembre de 1990, cuando trabajaba como administrativo. El gobierno le dio entonces por muerto. Asunto cerrado. O no. "Nunca encontraron su cuerpo. Y su madre, Juana, se murió sin poder enterrar a su hijo, si realmente hay algo que enterrar", dice María Luisa, una de las cuatro hermanas de Molins. Pese a haber transcurrido 25 años, su desaparición, nos dicen en voz baja algunas fuentes de Exteriores, sigue siendo un tema tabú. "Es posible que esté vivo. Yo he llegado a escuchar desde que le vieron subiendo a una canoa con 10.000 dólares en el bolsillo, hasta que ha estado trabajando para la guerrilla del golpista Taylor". El testimonio es de Jorge Dezcallar, veterano diplomático y ex director del CNI. En aquellos años a él se le comisionó para desalojar la embajada de Liberia en Monrovia en 1990 cuando estalló la Guerra Civil. Dezcallar entonces trabajaba para el Gobierno como director general de África. Después del conflicto, mandó a un joven Bernardino León en busca de Molins. Nunca le encontró. Ahora, Dezcallar, está a punto de publicar un libro contando sus historias entre diplomáticos y espías. Y en sus páginas habla de nuestro protagonista. "Si le encontráis decírmelo, que me interesa", bromea.Su historia podría haber inspirado una película de aventuras; su desaparición una novela de suspense; y su presunta muerte, el guión para un thriller de espías de la Guerra Fría.A oscurasMonrovia, 17 de septiembre de 1990. La ciudad está totalmente a oscuras. Hace días que se acabó la gasolina del generador y en el edificio de la Embajada de España, junto a la playa, apenas se vislumbra la luz de algunas luminarias reflejadas tras las cortinas de los grandes ventanales de la residencia del embajador. El sonido de los tiroteos es cada vez más intenso. Las tropas del presidente Samuel Doe resisten atrincheradas en el Palacio Presidencial mientras los guerrilleros del rebelde Charles Taylor dominan ya toda la ciudad. Apenas hay comida en la despensa y el agua llega a duras penas a los depósitos. Hacia las tres de la madrugada alguien llama a la puerta. La voz de José Herminio, un antiguo empleado de la Embajada, suena nerviosa desde fuera pidiendo una linterna. Francisco Javier Molins, el único funcionario español que queda en la legación, accede a abrir la puerta blindada sin saber que nunca más se cerrará. Inmediatamente, y antes de poder reaccionar, es empujado violentamente hacia atrás por los cuatro guerrilleros que acompañan a José Herminio. Tienen los ojos inyectados en sangre por la pólvora que habían esnifado. Sin mucha convicción, Molins trata de explicarles que no pueden entrar, que están violando el Derecho Internacional Diplomático, que pueden ser castigados por ello, que..."Danos a los mandingos", le corta sin escucharle el que parece dirigir ese comando mientras le apunta con un revólver en la cabeza. Molins les invita a acompañarles y lleva a los guerrilleros hasta la caja fuerte. Saca de ella 9.000 dólares en billetes de 100 y se los ofrece a los asaltantes con la condición de que se marchen inmediatamente. Por un momento llega a pensar que ha conseguido comprar la vida de sus compañeros. El jefe del comando coge el dinero y hace una seña a sus hombres. Inmediatamente derriban la puerta de la cocina y sacan a rastras hasta el jardín trasero de la embajada a los tres primeros varones que se encuentran. Les mataron allí mismo. Después, los guerrilleros siguieron con su ritual sangriento: violaron a algunas mujeres y acabaron con la vida a machetazos de sus maridos. Cinco horas más tarde, Molins y otras 15 personas salían a pie de la embajada escoltados por los guerrilleros. Esa fue la última vez que, oficialmente, alguien vio con vida a Francisco Javier Molins Artola, 34 años en el momento de su desaparición. Molins, Pachi para los que le conocían, trabajaba como funcionario en la delegación de España en el país africano sumido entonces en una terrible guerra civil, que costó la vida a 200.000 de sus habitantes y dejó más de un millón de refugiados. La escapadaUn mes antes, el 12 de agosto, la Embajada española había sido evacuada en una caótica escapada que dio mucho que hablar por lo desesperada que fue. El cuerpo diplomático y parte de la colonia hispana, con el embajador Manuel de Luna a la cabeza, pasaron 45 días atrincherados en el interior bloqueados por las tropas rebeldes que les exigían la entrega de un grupo de 30 liberianos mandingos -etnia favorable al presidente- allí refugiados. Finalmente el Gobierno español decidió abandonar a su suerte a los mandingos y ordenó la evacuación con destino a la vecina Costa de Marfil.En el último momento y en un gesto que sorprendió a todos, Francisco Javier Molins se ofreció voluntario para quedarse como único representante del cuerpo diplomático "a fin de garantizar la permanencia española y salvaguardar la vida de 30 personas de nacionalidad liberiana refugiadas en el recinto", como se recoge literalmente en la carta que le entregó en mano al embajador para exculparle de cualquier responsabilidad. Montado ya en el todoterreno blindado, Manuel de Luna le entregó al funcionario las llaves de la embajada y de la caja fuerte que guardaba una importante cantidad de dinero, además de las joyas y objetos de valor de ciudadanos próximos al régimen de Doe que pidieron el favor de guardar sus pequeñas fortunas en lugar seguro hasta que acabase la guerra. Tres meses después, cuando este enviado especial visitó los restos de la embajada española en Monrovia, los esqueletos de los tres mandingos continuaban en el mismo jardín donde habían sido asesinados. Los perros se habían llevado parte de los huesos y los soldados las calaveras para colgárselas como trofeos. La foto de un jovencísimo rey Juan Carlos sobresalía intacta entre la alfombra de documentos oficiales que ocupaban el salón principal de la embajada.
Molins (dcha.) en la embajada en Monrovia en 1990. FERNANDO MÚGICA
En un rincón estaban también los huesos de Krunch, el perro del embajador Manuel de Luna, al que los rebeldes se comieron también -como a todos los perros de Monrovia- en la posterior hambruna que sacudió la ciudad tras la caída del régimen de Doe. A partir de ahí, como si de una leyenda africana se tratase, se comenzó a especular sobre la "otra vida de Molins". Un muerto muy vivoLa investigación llevada a cabo posteriormente por los periodistas enviados para averiguar que había sido de Molins, alimentó aún más este enigma. Varios testigos locales confirmaron haber visto vivo a Molins años después de su desaparición. Todos coinciden en que "el blanco de la embajada" continuó moviéndose por las calles de Monrovia en su vehículo. Sin embargo, el testimonio más concluyente es el de Manuela Padilla, uno de los miembros más influyentes de la colonia española en Monrovia, cuyo sobrino identificó a Molins con un ciudadano libanés al que había conocido un año después de su desaparición trabajando en el selecto equipo de blancos que operaban el sistema de comunicaciones del líder rebelde Charles Taylor. Días después de que Manuela Padilla contase esta historia en una radio de Málaga, recibió varias amenazas de muerte. "Si sigues hablando de Molins te vamos a cortar la lengua", le dijo una voz telefónica esa misma noche.Un médico suizo, el doctor Simenthal, fue el primer occidental que entró en la embajada española después de la retirada de los hombres de Taylor. Fue también el primero en informar de que no había ningún hombre blanco entre todos los cadáveres que encontró en el recinto. Esta información también fue corroborada por el hermano José Sebastián, misionero español de la Orden de San Juan de que en aquellos tiempos andaba reconstruyendo el Hospital Católico Saint Joseph. "Si algún blanco hubiese muerto en esos días, lo habríamos sabido", aseguró el hermano José.Y, es que, la vida de Francisco Javier Molins en Monrovia siempre tuvo un halo de misterio difícil de asumir. Era el único funcionario que vivía fuera de las dependencias consulares -nadie sabía dónde- y que tenía contactos regulares con la población local. Sus compañeros le consideraban un tipo raro. "Molins tenía una extraña obsesión por su seguridad. Siempre volvía a su casa por caminos distintos para que no le siguieran", asegura una de sus compañeras de la época.Guerra suciaPero la historia de Francisco Javier Molins no acaba aquí. Su vida antes de su desaparición es aún más de película. Un pasado relacionado con los servicios secretos en la lucha contra ETA que Molins siempre procuró ocultar. Pero que el periodista Fernando Múgica y este periódico se encargaron de sacar a la luz hace 22 años en una gran investigación.Molins era hijo de un juez en los tiempos más duros del franquismo en San Sebastián. Su madre, Juana Artola, se encargó de la educación de sus cinco hijos: Isabel, María Luisa, María Jesús, María Victoria y Francisco Javier. Localizamos a su familia en San Sebastián."No queremos hablar del tema porque fue muy doloroso y lo pasamos muy mal. Lo peor fue mi madre Juana, que murió hace seis años sin poder enterrar a su hijo", cuenta María Luisa. Isabel, sobrina de Francisco Javier, dice que no saben casi nada de lo que pasó. "Sé que hubo mucha polémica con varios casos de corrupción que denunció mi tío en África".La mujer se refiere a que cuando Molins llegó en 1986 a Monrovia, descubrió varias irregularidades en la contabilidad de la embajada y elaboró informes que envió al Ministerio. También, en la Embajada de Guinea Conakry, entonces dependiente de la de Liberia, descubrió que un cónsul honorario concedía visados falsos a jóvenes senegaleses. Fue un sistema empleado para que se introdujeran, sobre todo en la zona de las islas Canarias, chicas que se dedicaron a ejercer la prostitución.Harvard y BrightonTodo ello lo sacó a la luz un simple administrativo. O eso decía ser Francisco Javier Molins Artola, una persona licenciada en Derecho en Madrid, que después fue a Harvard y Brighton para perfeccionar el inglés. Adquirió una cultura elevada viajando por varios países europeos y americanos. Por ello nadie entendía que hacía ocupando un modesto puesto de auxiliar administrativo en las embajadas de Ghana y Liberia -entre 1981 hasta el 90-. Pero, según las investigaciones de EL MUNDO, Molins fue miembro del Batallón Vasco Español, una organización terrorista parapolicial que luchó contra ETA en el País Vasco desde 1975 hasta el 81. Después de disolverse, muchos de sus integrantes pasaron a formar parte de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) y a Molins le obligaron a huir a África.Antes de pasar por Exteriores, trabajó varios años para el Ministerio del Interior. Oficialmente formaba parte del grupo administrativo en el Gobierno Civil de Vizcaya, ahora Subdelegación del Gobierno. Fernando Jiménez fue el gobernador civil en Bilbao en esa época. Relató para EL MUNDO cómo era su empleado desaparecido. "Me sorprendió que fuese un simple administrativo, porque tenía una preparación mucho más alta que la del puesto que desempeñaba", contó Fernando Jiménez, que reconoció al periodista Fernando Múgica que Molins realizaba más funciones aparte de las de su competencia. "Siempre iba armado". Tomás Fernández de la Hera fue compañero de trabajo y muy amigo de Molins. "Vivía en un apartamento de lujo en Zabalburu, gastaba el dinero en buenas comidas y siempre iba con alguna chica muy guapa que conquistaba. Pensé que sería hijo de alguna familia rica, pero luego todos nos dimos cuenta de que iba mucho a Francia a cumplir misiones y le pagaban bien por ello", relata.Otros compañeros de Molins dicen que muchos días llegaba al trabajo con el costado vendado, el brazo roto o con el ojo morado. "Eran los tiempos en los que el Batallón Vasco Español hacía sus escaramuzas contra los comandos de ETA refugiados en el sur de Francia".En 1981 le llamaron para trabajar en el Ministerio de Exteriores en Ghana, coincidiendo con el destape de la prensa de las interioridades del Batallón Vasco Español. Antes de cerrar este reportaje intentamos nuevamente saber si Molins está vivo o muerto. La respuesta es siempre la misma: "Es un tema muy delicado y confidencial".
La Liberia en guerra de Taylor
En noviembre de 1990, tres meses después de la desaparición de Molins, en Monrovia sólo quedaban esqueletos de perros por las calles. La hambruna que sacudió la ciudad después de la caída del presidente Doe hizo que el pueblo acabase comiéndose a sus perros. Todo esto lo provocó un hombre: Charles Taylor. Educado en Estados Unidos y entrenado como guerrillero en Libia, Taylor entró con su ejército en diciembre de 1989 en Liberia, en un intento de derrocar al presidente Samuel Doe, a quién había servido en su gobierno nueve años antes. Doe fue asesinado en septiembre, pero la guerra civil continuó hasta 1995, dejando 200.000 muertos y más de un millón de refugiados. Tras la intervención de la ONU y de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, se firmó un acuerdo de paz y se formó un gobierno de transición que dirigió el país hasta las elecciones de 1997. Taylor, al frente de una nueva formación, las ganó con un polémico eslogan de campaña. "Mató a mi madre, mató a mi padre, pero aún así le votaré". La razón por la que el guerrillero se hizo con el poder fue por el temor de la población a que Taylor empezase una nueva guerra civil si perdía. Durante su mandato, Taylor se enriqueció suministrando armas a los rebeldes de Sierra Leona a cambio de diamantes de sangre. La oposición a su régimen creció, y en 1999 comenzó una Segunda Guerra Civil. Mientras el conflicto arrasaba todo el país, los soldados de ambos frentes saqueaban y quemaban pueblos, violaban a las mujeres y reclutaban a sus hijos para luchar. Hubo cerca de 50.000 muertos. En 2003 el Tribunal Especial de Sierra Leona acusó a Taylor de crímenes de guerra. Entonces la ONU envió una fuerza multinacional de paz forzando a Taylor a anunciar su dimisión, y exiliándose a Nigeria. En 2006 es arrestado y llega a la Haya para ser juzgado por sus crímenes. En 2013 fue condenado por el tribunal internacional a 50 años de cárcel. Ahora Liberia intenta recuperarse de su última guerra, la del Ébola, que ha dejado 4.716 muertos. Sus 11.370 kilómetros cuadrados de territorio siguen desangrados, por la guerra, por la enfermedad y por una economía pobre, donde la tasa de desempleo es del 88% de su población, la segunda más alta del mundo.
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Descabezada en Francia la última cúpula reconocible de ETA
Los detenidos en Francia tenían dos pistolas y abundante material informático
http://www.elmundo.es/cronica/2015/09/2 ... b4586.html.
Saludos.