Alfredo Pérez Rubalcaba es el primer político en democracia que tiene competencias directas sobre todos los servicios de información e inteligencia. Como ministro del Interior controla los servicios de la Policía y la Guardia Civil y como Vicepresidente político ejerce el mando sobre el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Rubalcaba no es un neófito en los temas que se desarrollan en las alcantarillas. Dotado de una agilidad mental y una larga experiencia, ha aplicado toda su sabiduría en el complicado y conflictivo tema de ETA desde que su amigo Rodríguez Zapatero llegó al poder. Primero desde el Congreso de los Diputados, llevó a cabo desde la sombra la estrategia de acercamiento a ETA para conseguir una negociación. Después, como ministro del Interior asumió plenamente la competencia, dejando que la Policía se responsabilizara de la parte básica de la lucha antiterrorista, alejando al mismo tiempo a la Guardia Civil y al CNI, ambos más difíciles de controlar.
Su conocimiento de la situación, ya siendo Vicepresidente, le llevó a encargar al CNI que le buscara la información que la Policía y la Guardia Civil no podían conseguir, sobre los abogados y representantes de los controladores aéreos. Una información que le sirvió y mucho para desactivar las consecuencias de la protesta que paralizó España.
Ahora existe mucho temor en sectores de la oposición por el hecho de que los pésimos resultados del PSOE en las elecciones autonómicas y municipales, lleven a Rubalcaba, como posible candidato del PSOE a las generales, a utilizar al secreto y discreto CNI para intentar ganar las elecciones al PP. Nada hay actualmente que pruebe esas sospechas, pero la tentación está ahí y es evidente.
En mi reciente libro “Las alcantarillas del poder” recojo los hitos más importantes del Cesid-CNI de los últimos 35 años. Ahí aparecen personajes como Narcís Serra, que también fue vicepresidente del gobierno, y que descubrió el inmenso poder que tenía el servicio secreto y no pudo resistir la tentación de utilizarlo para apoyar la política del gobierno en diversas áreas.
Si ese es el caso más patente, hay otros muchos similares. Desde la jefatura del Estado hasta destacados agentes secretos, pasando por ministros y distintas personalidades, muchos han sido los que se han creído que el servicio de inteligencia era una compañía de detectives privados al servicio de sus propios intereses.
Esperemos que Rubalcaba no caiga en la tentación y si cae, que el director Félix Sanz le recuerde para qué y para qué no está el CNI.
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