Re: Amenazas asociadas a la inmigración
Publicado: 10 Ene 2010 11:03
Así se ven obligados a..... trabajar los miembros de la UIP del CNP.
¿Utilizar aviones-prisión como los de los U.S. Marshals ? Vamos, ni que fueramos como EE.UU .
INMIGRACIÓN | RELATO DE UNA PESADILLA
Cómó escolté a 50 «sin papeles» hasta Nigeria
Sin visado, sin armas y de paisano. Así vigilan los policías a las decenas de
inmigrantes expatriados cada semana en vuelos alquilados por el estado con
tripulación de iberia. Éste es el diario de uno de ellos
Después de muchos rumores, por fin nos toca ir de excursión. Al principio, los
viajes los hacía sólo la Unidad de Intervención Policial [antiguos antidusturbios]
de Madrid, pero ahora las deportaciones son cada vez más frecuentes y
necesitan ayuda de provincias. El paseo es a Nigeria; el viaje, en avión; y el
motivo, hacer trizas el sueño de 50 sin papeles y llevarlos de vuelta a casa.
Espero en la fila para vacunarme y no puedo evitar el hormigueo del estómago.
Horas y horas dentro de un avión, sin ninguna preparación ni entrenamiento.
Para los desalojos, al menos, se prevén simulacros. Con una rebelión ahí
arriba, ¿a quién pides ayuda? La mayoría no hablamos idiomas y no llevamos
visado para entrar en el país, o sea, que si salimos del avión una vez en tierra
somos ilegales. Ilegales que llevan ilegales.No podemos portar ningún tipo de
arma, ni siquiera esposas, y vamos de paisano. Con desconocimiento y más de
una brizna de inquietud, partimos al atardecer unos 70 compañeros,
distribuidos en varias furgonetas. Dormimos en un hotel de la capital y a las
cinco de la mañana, en pie hacia Barajas.
HEDOR INSOPORTABLE
Esperamos en la pista hasta que vemos llegar dos furgones. El espectáculo es
dantesco: algo más de una decena de inmigrantes, que se han embadurnado
en sus propias heces para que no podamos cogerlos, se estrujan contra el
fondo de la furgoneta dispuestos a cualquier cosa con tal de no entrar en ese
avión. Lo intentamos por las buenas, pero patalean llenos de rabia e intentan
autolesionarse a cabezazos contra la chapa del vehículo. Saben que resultar
heridos o cometer un delito puede aplazar la rotura en mil pedazos de la
aventura que llevan meses construyendo, desde que un día decidieron dejar
Nigeria. Tenemos que emplearnos a fondo y forcejean hasta que, extenuados,
no les queda más escapatoria que el grito.No quiero imaginarme un autobús
lleno, como le ha pasado a algún compañero.
La tripulación -de Iberia, igual que la aeronave- espera dentro boquiabierta.
Llevamos a los extraditados a un hangar cercano.Allí, con una manguera,
hacemos lo que podemos para limpiarlos y que el olor dentro del aeroplano sea
soportable. Utilizamos una manta para enrollar, con cuidado y cinta aislante, a
los más violentos y evitar que puedan hacerse daño y hacérnoslo a nosotros.
Puede parecer increíble y brutal, pero es lo más precavido.Los cargamos a
hombros, como un saco, para subir al avión donde conseguimos, por fin,
sentarlos. Les colocamos una cinta flexible que no les inmoviliza los brazos,
pero nos permite controlar sus movimientos. En sus rodillas descansa una
bolsa de plástico transparente con sus exiguas pertenencias. La cara de los
auxiliares de vuelo es todo un poema. Si nosotros, habituados a lidiar con
situaciones problemáticas, no salimos de nuestro asombro, imagino cómo se
sentirán estos pobres chicos (porque no hay azafatas).Observo al inmigrante
que tengo a mi derecha. No dice ni expresa nada; no protesta. Está petrificado
en su butaca, con la mirada perdida. Detrás de nosotros, otro que habla
español nos lanza en alto, con voz tranquila y tono jactancioso: «Seguro que
vuelvo a España antes que vosotros». Tras una hora de vuelo, tomamos tierra
en Málaga. Al menos podremos respirar.
Misma escena y misma reacción, una hora después. A pie de pista, una
furgoneta trae otros 15 inmigrantes poco dispuestos a dejarse subir al avión.
Con una diferencia: la mayoría son mujeres. Son como demonios, fieras que
golpean con toda su alma e intentan mordernos. Entre nosotros hay
compañeras, pero en el collage incomprensible de brazos y piernas que vuelan
es imposible distinguir si las manos que arañan o los puños que golpean son
femeninos o masculinos. Luego los ilusos nos piden que lo hagamos por las
buenas. Pensaba que lo de Barajas no podía ser peor, pero me equivocaba, y
la camisa de un par de compañeros puede dar fe.Otra vez al aire, rumbo a la
segunda escala, Las Palmas.
SILENCIO EN LA NAVE
El vuelo discurre tranquilo. La mayoría de los problemas se producen camino
de las escaleras de la nave; una vez arriba, se calman.En Canarias la
operación se repite por tercera vez, pero de modo más templado. Somos 75
policías, contando al médico y a los de la Brigada de Extranjería, para vigilar a
cerca de 50 extraditados.No pasaría nada por que la proporción fuera de dos a
uno. Ni por que el avión fuese militar. Ni por que algo de todo lo que rodea a
este viaje hubiese sido pensado y reflexionado previamente para evitar los
riesgos que nos amenazan. Un silencio de piedra se hace dueño de la nave.
Haber aterrizado de nuevo en España es para ellos una broma de mal gusto, la
prolongación de una agonía tan cruel como efímera, pues en horas desandan
el largo camino emprendido meses antes. Se saben derrotados y les
pesa.Alguno llora, pero siempre en silencio. Los auxiliares pasan con bandejas
de comida fría y todos cogemos la nuestra y le ponemos una delante a los
inmigrantes. A pesar de la cinta que les sujeta las manos, no tienen problemas
para comer.
Las horas de vuelo hasta Nigeria -llevamos más de 10 desde Madrid- dan para
mucho y todos vamos embotados en nuestros pensamientos.No sé si me
tocará otro viaje, pero no es posible acostumbrarse a algo así: ¿y si el que te
toca al lado te amarga las 10 horas?, ¿y si te pegan algo en el forcejeo?, ¿y si
al llegar al destino tenemos problemas? Caigo en la cuenta de que no hemos
pisado Lagos todavía, así que será mejor mirar por la ventanilla sin quitar ojo al
inmigrante que, a mi derecha, sigue inerte. Sobrevuelo África por primera vez.
El avión rasea y debemos estar cerca.La selva se desnuda por momentos de
su frondosidad y deja que una cantidad innumerable de ríos y pequeños la
vistan. De vez en cuando se atisba un grupo de chabolas rodeadas de selva y
ríos. Son grupos de chamizos, como un dibujo en medio de un verde perfecto.
Me entretengo descubriendo casas escondidas en el paisaje, pero llevo media
hora y aún no llegamos.
Un rato después, cuando todavía me pregunto si el aeropuerto está en plena
selva, veo un dédalo de casas arremolinadas que componen algo semejante a
una ciudad. Por fin aparece el asfalto, se ven más edificios y el tren de
aterrizaje indica que el suelo está cerca. La tranquilidad de las últimas cuatro
horas deviene nerviosismo. La pista parece el rostro de un octogenario:
estriada, irregular y con baches por todos los sitios. Pero la excursión no ha
terminado todavía y ahora es cuando nos han dicho que debemos extremar la
atención. Es de día y se ve con claridad. Da la impresión de que nada ha
cambiado desde que se fueron los ingleses. Una marabunta, en la que los
uniformes se mezclan con los curiosos, espera nuestra llegada. Al lado del
cónsul español, el único de raza blanca, hay unos tipos de atuendo verde con
una divisa donde se lee Inmigración. Un chiquillo de paisano con la camisa
desabrochada porta un subfusil; no tendrá ni 18 años. El que parece un
enviado del Gobierno nigeriano lleva un viejo uniforme marrón.
Los inmigrantes -aunque ya no sé quién es el inmigrante y quién es ilegalbajan
de uno en uno. Les hacen unas preguntas y, en general, desfilan hacia
algo parecido a una terminal. En la parte delantera del avión me parece ver
unas cajas de aceite. Supongo que serán un argumento en caso de posibles
discrepancias. Uno de los chicos se detiene más tiempo del habitual y desde la
ventanilla percibo cómo aumentan los aspavientos. El chaval del subfusil lo
carga y apunta a uno de los de uniforme verde. Llevo más de 10 años en la
Unidad y estoy asustado. Ahora me viene a la cabeza que llevamos pasaporte
de turista sin visado. Si hay un problema o al chico del subfusil le tiembla el
dedo, vamos a tener un problema.
EL EJÉRCITO DE PANCHO VILLA
Todos los curiosos que rodean el recibimiento huyen despavoridos en cuanto
divisan dos coches que se acercan a toda velocidad.De ellos salen unos
hombres vestidos de negro y armados hasta los dientes que hacen las veces
de la Policía. El conato de motín ha amainado por completo. El jefe de los de
negro lleva un bastón de caballo, tipo fusta, y lo escoltan dos tipos con fusiles
automáticos: parece el Ejército de Pancho Villa.
Se me está haciendo eterno: los inmigrantes siguen bajando, llevo más de 15
horas en estado de alerta y el cansancio plomizo, unido al calor, me agota.
Aunque no llegas a conocer a ninguno de los inmigrantes, basta contemplarlos
para entender la situación de su país. Y me da pena, porque no han cometido
ningún delito.Cuando todo parece listo, comienza otra discusión: a uno, que
está montando un jaleo tremendo, lo quieren devolver porque le faltaba su
móvil. Ya ha pasado más veces. Falsa alarma, volvemos tranquilos, sin
extraditados y extenuados: 22 horas de trabajo, casi sin bajar del avión, por 60
euros y 2 días libres. Las cosas salen bien por casualidad, hasta que algún día
ocurra una desgracia y entonces a ver cómo explican las condiciones en que
estos aviones salen cada semana. Y quién se lo cree.
Transcripción de JAVIER GÓMEZ
¿Utilizar aviones-prisión como los de los U.S. Marshals ? Vamos, ni que fueramos como EE.UU .
INMIGRACIÓN | RELATO DE UNA PESADILLA
Cómó escolté a 50 «sin papeles» hasta Nigeria
Sin visado, sin armas y de paisano. Así vigilan los policías a las decenas de
inmigrantes expatriados cada semana en vuelos alquilados por el estado con
tripulación de iberia. Éste es el diario de uno de ellos
Después de muchos rumores, por fin nos toca ir de excursión. Al principio, los
viajes los hacía sólo la Unidad de Intervención Policial [antiguos antidusturbios]
de Madrid, pero ahora las deportaciones son cada vez más frecuentes y
necesitan ayuda de provincias. El paseo es a Nigeria; el viaje, en avión; y el
motivo, hacer trizas el sueño de 50 sin papeles y llevarlos de vuelta a casa.
Espero en la fila para vacunarme y no puedo evitar el hormigueo del estómago.
Horas y horas dentro de un avión, sin ninguna preparación ni entrenamiento.
Para los desalojos, al menos, se prevén simulacros. Con una rebelión ahí
arriba, ¿a quién pides ayuda? La mayoría no hablamos idiomas y no llevamos
visado para entrar en el país, o sea, que si salimos del avión una vez en tierra
somos ilegales. Ilegales que llevan ilegales.No podemos portar ningún tipo de
arma, ni siquiera esposas, y vamos de paisano. Con desconocimiento y más de
una brizna de inquietud, partimos al atardecer unos 70 compañeros,
distribuidos en varias furgonetas. Dormimos en un hotel de la capital y a las
cinco de la mañana, en pie hacia Barajas.
HEDOR INSOPORTABLE
Esperamos en la pista hasta que vemos llegar dos furgones. El espectáculo es
dantesco: algo más de una decena de inmigrantes, que se han embadurnado
en sus propias heces para que no podamos cogerlos, se estrujan contra el
fondo de la furgoneta dispuestos a cualquier cosa con tal de no entrar en ese
avión. Lo intentamos por las buenas, pero patalean llenos de rabia e intentan
autolesionarse a cabezazos contra la chapa del vehículo. Saben que resultar
heridos o cometer un delito puede aplazar la rotura en mil pedazos de la
aventura que llevan meses construyendo, desde que un día decidieron dejar
Nigeria. Tenemos que emplearnos a fondo y forcejean hasta que, extenuados,
no les queda más escapatoria que el grito.No quiero imaginarme un autobús
lleno, como le ha pasado a algún compañero.
La tripulación -de Iberia, igual que la aeronave- espera dentro boquiabierta.
Llevamos a los extraditados a un hangar cercano.Allí, con una manguera,
hacemos lo que podemos para limpiarlos y que el olor dentro del aeroplano sea
soportable. Utilizamos una manta para enrollar, con cuidado y cinta aislante, a
los más violentos y evitar que puedan hacerse daño y hacérnoslo a nosotros.
Puede parecer increíble y brutal, pero es lo más precavido.Los cargamos a
hombros, como un saco, para subir al avión donde conseguimos, por fin,
sentarlos. Les colocamos una cinta flexible que no les inmoviliza los brazos,
pero nos permite controlar sus movimientos. En sus rodillas descansa una
bolsa de plástico transparente con sus exiguas pertenencias. La cara de los
auxiliares de vuelo es todo un poema. Si nosotros, habituados a lidiar con
situaciones problemáticas, no salimos de nuestro asombro, imagino cómo se
sentirán estos pobres chicos (porque no hay azafatas).Observo al inmigrante
que tengo a mi derecha. No dice ni expresa nada; no protesta. Está petrificado
en su butaca, con la mirada perdida. Detrás de nosotros, otro que habla
español nos lanza en alto, con voz tranquila y tono jactancioso: «Seguro que
vuelvo a España antes que vosotros». Tras una hora de vuelo, tomamos tierra
en Málaga. Al menos podremos respirar.
Misma escena y misma reacción, una hora después. A pie de pista, una
furgoneta trae otros 15 inmigrantes poco dispuestos a dejarse subir al avión.
Con una diferencia: la mayoría son mujeres. Son como demonios, fieras que
golpean con toda su alma e intentan mordernos. Entre nosotros hay
compañeras, pero en el collage incomprensible de brazos y piernas que vuelan
es imposible distinguir si las manos que arañan o los puños que golpean son
femeninos o masculinos. Luego los ilusos nos piden que lo hagamos por las
buenas. Pensaba que lo de Barajas no podía ser peor, pero me equivocaba, y
la camisa de un par de compañeros puede dar fe.Otra vez al aire, rumbo a la
segunda escala, Las Palmas.
SILENCIO EN LA NAVE
El vuelo discurre tranquilo. La mayoría de los problemas se producen camino
de las escaleras de la nave; una vez arriba, se calman.En Canarias la
operación se repite por tercera vez, pero de modo más templado. Somos 75
policías, contando al médico y a los de la Brigada de Extranjería, para vigilar a
cerca de 50 extraditados.No pasaría nada por que la proporción fuera de dos a
uno. Ni por que el avión fuese militar. Ni por que algo de todo lo que rodea a
este viaje hubiese sido pensado y reflexionado previamente para evitar los
riesgos que nos amenazan. Un silencio de piedra se hace dueño de la nave.
Haber aterrizado de nuevo en España es para ellos una broma de mal gusto, la
prolongación de una agonía tan cruel como efímera, pues en horas desandan
el largo camino emprendido meses antes. Se saben derrotados y les
pesa.Alguno llora, pero siempre en silencio. Los auxiliares pasan con bandejas
de comida fría y todos cogemos la nuestra y le ponemos una delante a los
inmigrantes. A pesar de la cinta que les sujeta las manos, no tienen problemas
para comer.
Las horas de vuelo hasta Nigeria -llevamos más de 10 desde Madrid- dan para
mucho y todos vamos embotados en nuestros pensamientos.No sé si me
tocará otro viaje, pero no es posible acostumbrarse a algo así: ¿y si el que te
toca al lado te amarga las 10 horas?, ¿y si te pegan algo en el forcejeo?, ¿y si
al llegar al destino tenemos problemas? Caigo en la cuenta de que no hemos
pisado Lagos todavía, así que será mejor mirar por la ventanilla sin quitar ojo al
inmigrante que, a mi derecha, sigue inerte. Sobrevuelo África por primera vez.
El avión rasea y debemos estar cerca.La selva se desnuda por momentos de
su frondosidad y deja que una cantidad innumerable de ríos y pequeños la
vistan. De vez en cuando se atisba un grupo de chabolas rodeadas de selva y
ríos. Son grupos de chamizos, como un dibujo en medio de un verde perfecto.
Me entretengo descubriendo casas escondidas en el paisaje, pero llevo media
hora y aún no llegamos.
Un rato después, cuando todavía me pregunto si el aeropuerto está en plena
selva, veo un dédalo de casas arremolinadas que componen algo semejante a
una ciudad. Por fin aparece el asfalto, se ven más edificios y el tren de
aterrizaje indica que el suelo está cerca. La tranquilidad de las últimas cuatro
horas deviene nerviosismo. La pista parece el rostro de un octogenario:
estriada, irregular y con baches por todos los sitios. Pero la excursión no ha
terminado todavía y ahora es cuando nos han dicho que debemos extremar la
atención. Es de día y se ve con claridad. Da la impresión de que nada ha
cambiado desde que se fueron los ingleses. Una marabunta, en la que los
uniformes se mezclan con los curiosos, espera nuestra llegada. Al lado del
cónsul español, el único de raza blanca, hay unos tipos de atuendo verde con
una divisa donde se lee Inmigración. Un chiquillo de paisano con la camisa
desabrochada porta un subfusil; no tendrá ni 18 años. El que parece un
enviado del Gobierno nigeriano lleva un viejo uniforme marrón.
Los inmigrantes -aunque ya no sé quién es el inmigrante y quién es ilegalbajan
de uno en uno. Les hacen unas preguntas y, en general, desfilan hacia
algo parecido a una terminal. En la parte delantera del avión me parece ver
unas cajas de aceite. Supongo que serán un argumento en caso de posibles
discrepancias. Uno de los chicos se detiene más tiempo del habitual y desde la
ventanilla percibo cómo aumentan los aspavientos. El chaval del subfusil lo
carga y apunta a uno de los de uniforme verde. Llevo más de 10 años en la
Unidad y estoy asustado. Ahora me viene a la cabeza que llevamos pasaporte
de turista sin visado. Si hay un problema o al chico del subfusil le tiembla el
dedo, vamos a tener un problema.
EL EJÉRCITO DE PANCHO VILLA
Todos los curiosos que rodean el recibimiento huyen despavoridos en cuanto
divisan dos coches que se acercan a toda velocidad.De ellos salen unos
hombres vestidos de negro y armados hasta los dientes que hacen las veces
de la Policía. El conato de motín ha amainado por completo. El jefe de los de
negro lleva un bastón de caballo, tipo fusta, y lo escoltan dos tipos con fusiles
automáticos: parece el Ejército de Pancho Villa.
Se me está haciendo eterno: los inmigrantes siguen bajando, llevo más de 15
horas en estado de alerta y el cansancio plomizo, unido al calor, me agota.
Aunque no llegas a conocer a ninguno de los inmigrantes, basta contemplarlos
para entender la situación de su país. Y me da pena, porque no han cometido
ningún delito.Cuando todo parece listo, comienza otra discusión: a uno, que
está montando un jaleo tremendo, lo quieren devolver porque le faltaba su
móvil. Ya ha pasado más veces. Falsa alarma, volvemos tranquilos, sin
extraditados y extenuados: 22 horas de trabajo, casi sin bajar del avión, por 60
euros y 2 días libres. Las cosas salen bien por casualidad, hasta que algún día
ocurra una desgracia y entonces a ver cómo explican las condiciones en que
estos aviones salen cada semana. Y quién se lo cree.
Transcripción de JAVIER GÓMEZ