ESTADO DE SITUACIÓN EN LIBIA.
Para conocer acerca del estado de situación, en fuentes abiertas se encuentran tres trabajos de los investigadores españoles Beatriz Mesa en el Instituto Elcano, Pablo Franco en dialnet.unirioja.es y Carlos Echevarría Jesús en
http://www.onemagazine.es . Todos ellos definen a la perfección la situación actual en Libia. Se ha creído honesto reconocer su trabajo por lo que se ha dejado tal cual. Es por lo anterior, que si se encuentran similitudes a escritos anteriores de estos tres escritores, la razón es que se ha conservado íntegramente.
Beatriz Mesa, Instituto Elcano
Inundada de armas, con unos índices alarmantes de delincuencia común, y unas luchas internas por el control del petróleo, Libia sigue hundida en el caos, dos años después del asesinato del ex coronel, Muamar el Gadafi. Peor aún, el verdadero poder reside en las cientos de milicias con objetivos políticos bien distintos: Desde la creación de un Estado islámico, la conversión del país al sistema federal, o simplemente la lucha por el poder de hombres armados y comunidades tribales que rechazan el abandono de las armas por desconfianza en las nuevas instituciones políticas. La agenda del país la escribe, hoy por hoy, las facciones islamistas rivales, los traficantes de drogas y de armas, y los grupos terroristas. Libia, mientras tanto, en el limbo; sin ejército y policía capaz de imponer orden y seguridad. Se trataría, por tanto, de momento, de revueltas, ya que los procesos aún no han terminado. Y en el caso que nos ocupa, Libia, lo que empezó siendo una revuelta terminó en una Guerra Civil que ha dado lugar al caos social y político. Peor aún, la falta de instituciones fuertes ha permitido que se instalen en el poder grupos milicianos. Han pasado más de dos años del conflicto de Libia, y la degradación del país en la etapa post-Gadafi preocupa tanto a las autoridades de los países vecinos como a la Unión Europea.
Sobre todo, la incapacidad del gobierno de transición libio de encarar los múltiples desafíos que pasan por los asesinatos, ajustes de cuenta, torturas, arrestos arbitrarios, violaciones, enfrentamientos entre las milicias, los ataques producidos contra las tribus negras, la masiva presencia de yihadistas de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) en el sur del país, la implantación de Al Qaeda en las regiones de la Cirenaica y de Fizzan, el tráfico de armas o el tráfico de drogas que contribuyen en la desestabilización de toda la región.
EL ESTADO DE SEGURIDAD
El llamado triángulo de la muerte que abarcaba el sur de Mauritania, el sur de Argelia y el norte de Mali se ha ampliado a otro país, Libia. El sur, que abarca las regiones de Oubari, Ghat, Wadi Alhayat o Morzuq, se ha convertido en el “nuevo dorado” de los grupos vinculados a las organizaciones terroristas de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), el Movimiento por la Unidad de la Yihad y el África Occidental (MUYAO) y la reciente Ansar El Sharia (Defensores de la ley islámica). La aparición de este creciente islamismo radical en algunos países del norte de África hace imprescindible la puesta en marcha de estrategias comunes entre los gobiernos de la región, pero también europeos. Sólo la planificación de una seguridad y defensa compartidas podrá frenar esta amenaza internacional.
“La zona del Sahara-Sahel está marcada por un recrudecimiento de la actividad de los grupos terroristas y de las redes criminales trasnacionales”, aseguró Fabius. Los grupos terroristas de Ansar Dine, MUYAO o AQMI, esparcidos por el desierto de Ifoghas, al norte de Mali, y su tránsito libre por el territorio nigerino, y libio hacen presagiar un temible bloque yihadista que tiene como objetivo atentar contra todos los intereses occidentales tanto dentro del espacio Sahel-sahariano como fuera. “Al Qaeda soñaba con el control de los pozos petrolíferos y eso quiere lograr en Libia”, alertaba un libio de la revolución de Misrata.
De hecho, la actividad petrolífera ha caído notablemente después de que algunas empresas decidieran zanjar la actividad económica en la zona a causa de la amenaza terrorista y el resto de grupos armados que campan a sus anchas. Allí en el sur, los tuaregs, las tribus árabes y las tribus toubous, las milicias armadas post revolucionarias y los grupos islamistas se mueven con la misma impunidad que hicieron los yihadistas del norte de Mali y aprovechan la coyuntura para realzar el negocio del contrabando. Tanto el tráfico de cigarros, medicamentos e incluso de las drogas.
El pasado 20 de octubre se cumplió el segundo aniversario de la muerte de Gadafi en Sirte, el que fuera su bastión de reclusión durante la última etapa de la lucha contra las tropas rebeldes. Curiosamente, nadie salió a la calle para festejarlo. El desánimo se ha adueñado de los libios para quienes es difícil celebrar un cambio político que ha generado el hundimiento de la economía, la paralización de una política social y ha disparado los niveles de inseguridad. Hoy, muchos ciudadanos piensan convencidos de que “antes se vivía mejor”.
Especialmente ciudadanos de localidades abandonadas del sur del país como Sebha donde, por ejemplo, la comunidad árabe de los Ould Slimane ha impuesto su hegemonía política frente a la comunidad Toubous (tribu propia), en la que pesa un mal estigma dentro de la población y contra la que se ha iniciado una política de linchamiento y difamación.
Una tercera comunidad árabe forma parte del complejo paisaje tribal, los Zouayis. Éstos también luchan por el poder y la legitimidad popular. Las rivalidades tribales y el poder que ostentan, a través de su vínculos con los traficantes y los hombres de Al Qaeda, ponen en riesgo la unidad nacional y explica una vez más la fragilidad del Consejo Nacional de Transición que no tiene ningún peso.
Las primeras elecciones celebradas en Libia el 7 de julio de 2012, desde el golpe militar al régimen de Muamar El Gadafi, tan sólo pusieron un primer cimiento a la construcción de una estructura estatal. 1,6 millones de electores acudieron a las urnas de los 2,7 inscritos. Se eligió a los 200 miembros del actual Congreso General Nacional (Parlamento). El paisaje político se dividió entre la Alianza de las Fuerzas Nacionales de Mahmoud Jibril que obtuvo 39 escaños de los 80 reservados a los partidos políticos. El Partido de la Justicia y de la Reconstrucción que aglutina a los Hermanos Musulmanes y alcanzó 17 puestos y el Frente Nacional, que emana del partido histórico de la oposición, el Frente de Salud Nacional Libio, ganó tres escaños. El resto de escaños dispuestos para las formaciones políticas quedó muy fragmentado. Y los 120 escaños reservados a independientes. Sin embargo, esta configuración política o la implantación de las nuevas instituciones políticas legitimadas por unas elecciones celebradas en 2012, no supone ninguna garantía para el futuro democrático de Libia. El ejercicio de su actividad política se limita a Trípoli, la capital, y ni siquiera es influyente.
El pulso del país lo mantienen las brigadas y las milicias que vienen a reproducir el mismo sistema político que construyó Gadafi con los llamados “comités revolucionarios”
Aún con todo, los esfuerzos del gobierno de transición para construir instituciones de seguridad son elogiables. Se diseñó una hoja de ruta para la recomposición de la nueva Libia que pasaba por la recuperación de las tradicionales Fuerzas Armadas y de Seguridad, el Gobierno Nacional de Transición (GNT) y paralelamente se crearon dos unidades especiales con la intención de integrar bajo un mismo paraguas a las brigadas revolucionarias a cambio de una compensación económica.
The Suprem Security Council (SSC) y Lybien Shield Forces (LSF) se constituyeron en 2012 dentro de un programa del ministerio del Interior y de la Defensa para la puesta en marcha de esta política, pero los resultados fueron poco exitosos. “Las milicias que empiezan a estar legitimadas por el Gobierno no tienen ningún deseo de deponer las armas mientras éstas generen poder y dinero”.
El (LIGF) es uno de los más poderosos en Libia, además de ser considerado uno de los más radicales por su pasado en Afganistán en la lucha contra los soviéticos. Lo dirige Abdelhakim Beljah, feroz opositor al régimen de Muamar El Gadafi y ex combatiente en Afganistán. Cuando los soviéticos abandonaron Afganistán, Belhaj continuó por Pakistán y otras zonas de la región hasta que en 2011 sus compatriotas se alzaron contra el profeta del libro Verde y aprovechó para retornar a su país natal. Su katiba, que defiende figuras políticas como Khalid Sharif (actual viceministro de Defensa) tiene más de 25.000 milicianos, 60 tanques y armas ligeras. Le sigue, el grupo de la Salafiya Yihadista (los integrantes de este grupo buscan una aplicación literal de los textos religiosos) que controla Abd Rouf Kareh, uno de los responsables de los asuntos de seguridad. Tiene 12 escuadrones y 11.000 hombres. En tercera posición, la milicia de Abou Slim, liderada por Salah Al Briki (también combatió en Afganistán) y reagrupa a más de cinco mil miembros y también dispone de armas y municiones de diferentes tipos. Existen otras cientos de milicias distribuidas por la Cirenaica y la Tripolitana (las milicias de Misrata o Zintán, los mártires de Souk Alwasi, Al Kakad y Gergarech) y cada una impone sus propias leyes. Son pequeños estados dentro de un gran Estado.
Sólo hay que observar la deriva de las ciudades del Este, por ejemplo, Derna o Toubruk, para darse cuenta del anarquismo instalado. Las milicias islamistas están aplicando métodos afganos, así como la prohibición de compartir aulas alumnos de diferentes sexos, la prohibición de fumar en la calle o el cierre de peluquerías. En estas ciudades, además, los integristas atacaron varios mausoleos- algo que recordó a la actuación de los yihadistas del norte de Mali- porque representan una herejía para su visión del Islam. Todo ello no invita al optimismo ni a corto ni a largo plazo.
Mientras no se interrumpa la circulación de armas por el país, que se calculan en 250 millones, no se puede hablar de instituciones ni de Estado.
Las consecuencias del deficitario estado de la seguridad está teniendo efectos directos sobre
La propia población libia. Más de dos millones de libios han buscado refugio en otros países del Magreb y de Europa. Más de 400.000 mil personas, de piel negra (los Tawargha) son “refugiados” dentro de su propio país. Ayudados por la Cruz Roja Internacional, esperan una resolución a su situación para regresar a sus hogares. Al menos, cien oficiales han muerto en emboscadas o asesinatos a sangre fría en Bengasi y ninguna investigación ha sido abierta para dirimir responsabilidades